viernes, 24 de abril de 2009

UNA CRONICA EXCEPCIONAL

PENSAMIENTO Y VIDA



CRONICA EXCEPCIONAL



Fco José Arnaiz S.J.

Esa crónica excepcional de la primera “Navidad” se la debemos al evangelista San Lucas. Lucas, “el evangelista de la ternura de Dios”.
Quien, sin embargo, ávido de pormenores de esa noche “más clara que el medio día”, que dijo Fray Luis de Granada, acuda a Lucas sufrirá una gran decepción.
En unas breves , aunque densas, líneas él agota todo lo relativo a ese trascendental evento, La causa de la frustración no es el texto sino la superficialidad del lector.
El autor del tercer evangelio, que muy pronto fue identificado con Lucas, el querido médico del que habla San Pablo en su carta a los Colosenses, no tiene interés en lo visible de esa noche sino en lo invisible de lo que narra. Concede, sin embargo, su importancia a lo visible. Tan se lo concede que en el prólogo de su evangelio advierte que “ha investigado todo concienzudamente desde los orígenes y que ha resuelto escribirlo por orden” (Lc 1,3). Convencido, no obstante, que lo importante no son meramente los hechos sino lo que los hechos encierran y significan, lo invisible de los hechos. Lucas busca presentar el plan de Dios, manifestado y realizado por Cristo y en Cristo, el misterio de la “salvación” universal que Cristo vino a instaurar en la tierra. Lo dice en el prólogo a Teófilo: “he resuelto escribírtelo por orden para que compruebes la solidez de las enseñanzas que has recibido”.
Lucas, pues, siendo historiador, no quiere ser simple historiador sino catequista y teólogo, desentrañador e iluminador de la fe cristiana. Es importante, también, recordar que Lucas escribe a cristianos ya iniciados que buscan un conocimiento más sólido de la fe que han abrazado. Su plan es iluminar el hecho cristiano y el misterio de la persona, misión y obra de Cristo. Sus escritos (tercer evangelio y los Hechos de los Apóstoles) sin dejar de ser historia, son teología de la Historia, teología del Nuevo Testamento que incluye Cristo y la Iglesia.
El pasaje del nacimiento de Cristo ocupa solamente siete versículos. Veintisiete si se la añaden los veinte del pasaje de los pastores y de los ángeles. Aislar estos veintisiete versículos de un conjunto más amplio, en el que está integrado, sería un gravísimo error y traicionar a Lucas. Buena parte de lo que Lucas debiera haber dicho en el nacimiento está dicho en la Anunciación, poco antes.
El secreto está en que los capítulos uno y dos de su evangelio forman un solo bloque compacto, sutilmente estructurado. Cada parte no puede ser plenamente entendida sino a la luz de todo el bloque, por sus muchas y mutuas dependencias. El bloque presenta el nacimiento e infancia de Jesús y de Juan Bautista: anuncio del nacimiento de ambos; visita de María a su prima Isabel; nacimiento del Bautista y de Jesús; pastores y ángeles ante Jesús recién nacido; circuncisión y presentación en el templo; y Jesús ante los doctores.
Todo este conjunto forma, por otro lado, una especie de prólogo teológico de todo su evangelio y del libro de los Hechos de loa Apóstoles. En él Lucas anticipa todos sus grandes temas y presenta nítidamente las claves teológicas de cuanto escribirá.
Todo el material de este prólogo lo monta él artísticamente en dos dípticos o cuadros paralelos. El primer díptico es el de la “anunciación” de Juan y de Jesús; y el segundo díptico es el del nacimiento de Juan y de Jesús. La visita de María a Isabel es una prolongación del díptico de las “anunciaciones”. Y la presentación del Niño e ida al Templo lo es del díptico del nacimiento de Jesús.
Según esto tenemos que Lucas contrapone la figura de Juan a la de Jesús y resalta la superioridad y excelencia de Jesús sobre Juan, desentrañando de este modo el misterio profundo que encierra el hijo singular de María. Jesús es el Mesías, el Salvador, Dios hecho hombre; y Juan es solamente el precursor, su siervo.
No le interesan, como catequista y teólogo, los pormenores históricos de la aparición de Cristo en la tierra sino quién es verdaderamente ese niño que nace en Belén y cuál es la misión que trae. Aquí es donde se va a alargar Lucas.
Para Lucas el Niño, que nace en Belén, es el instaurador de la Nueva Alianza de Dios con la humanidad, el iniciador de los nuevos tiempos que Dios tenía dispuestos desde toda la eternidad, como escribiría su padre y maestro en la fe Pablo de Tarso a los de Efeso. De ahí su vinculación con Juan el Bautista. Con Juan el Bautista termina la Antigua Alianza. “Juan –dice Lucas- irá por delante del Señor, espíritu y poder de Elías para reconciliar a los padres con sus hijos y enseñar a los rebeldes la sensatez de los justos preparándole al Señor un pueblo bien dispuesto “ (Lc 1, 17).
Ese Niño es el Mesías, el Salvador. Lucas lo quiere dejar muy claro. Y también qué tipo de Mesías o Salvador es. En Qumram se hablaba esos días de tres Mesías, uno doctor y profeta; otro, sacerdote, y otro, Rey davídico. Lucas en estos dos capítulos lo deja diáfano: El Profeta es Juan; y el Mesías davídico y Mesías sacerdotal es Jesús. Veámoslo. El niño que nace en Belén llevará por nombre Jesús. Jesús es forma abreviada de Yeohoshuah que significa “Yahvé salva”. Salva ya definitivamente. Lucas deliberadamente repite en este pasaje el texto de Isaías (7, 14), que había ya profetizado que “una virgen grávida daría a luz un hijo y le llamaría Emmanuel” que dice Isaías. La relación entre esos dos nombres –Jesús y Emmanuel “Dios con nosotros”- Jesús salva definitivamente porque es Dios salvándonos entre y dentro de nosotros. La divinidad de Cristo la remacha Lucas añadiendo.”Será grande y se llamará Hijo del Altísimo”. En Israel llamarse equivale a ser. Por otro lado, Grande en absoluto, sin acotación alguna limitativa sólo se aplica en Israel a Dios. A continuación Lucas añade:” Y el Señor, Dios, le dará el trono de David su padre y reinará en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin”. Con esas breves líneas quiere él señalar que ese niño , que nace en Belén, pobre y desguarnecido, es el Mesías esperado por Israel, el prometido y definitivo. Es lo que quiere decir su alusión al Antiguo Testamento. El Mesías esperado (cfr 2 Sam 7, 12; 1 Par 22, 9ss; Salmo 88; Is 9, 6;Miq 4,7; y Dan 7,14) es descrito como “heredero del Reino de David en la casa de Jacob” ( Is 2,5 ; 8, 17 ; 46,3 ; 48,1).
Hay algo muy hondo en el planteamiento de Lucas que me resisto a no comentar. Ha sido el tormento de exegetas. Dice así el texto lucano en la anunciación:”El Espíritu Santo vendrá sobre ti (María) y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Y por eso lo que de ti nacerá santo será llamado Hijo de Dios”. Evidentemente que lo que nacerá de María no será la divinidad. El Verbo ya existía en el principio. Lo que nacedrá de María será la humanidad de Cristo, el llamado Jesús de Belén, Jesús de Nazaret. La humanidad de ningún ser humano incluye por sí misma la participación en la vida divina. Nosotros por los méritos de Cristo la adquirimos en el bautismo. Es un don gratuito de Dios. Esa participación en la vida divina, como lo explica Pablo en diversos lugares, no es otra cosa que el resultado de la presencia transfiguradota del Espíritu Santo que nos es infundido en el bautismo convirtiéndonos en “templos vivos suyos”. Lucas asume todo esto –“misterio estremecedor y fascinante” que dijo Tertuliano- y nos revela así que el Niño, que nace en Belén, nace en cuanto ser humano “santo” e “Hijo del Altísimo”, es decir vivificado divinamente no sólo por la presencia identificadota del Verbo sino también por la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo en él. Por esto, como dice San Pablo, Cristo, en cuanto hombre, es el primogénito y el arquetipo de los renacidos en el Espíritu Santo a la vida divina.
Una vez aclarado todo esto sobre la persona del Niño, Lucas expone su misión. Lo hace en el cántico de María, el “Magnificat” y en el cántico de Zacarías “El Benedictus”. Dice así el Magnificat:”El es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Su brazo interviene con fuerza; desbarata los planes de los soberbios, derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos” (Lc 1, 49-53). Y añade en el Benedictus: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel porque ha venido a liberar a su pueblo suscitándonos una fuerza salvadora en la casa de David su siervo…Por la tierna misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que viene de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte, para guíar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,68-69; 78-79). La salvación, pues, que trae el Mesías, ese Niño de la cueva de Belén, vendrá del Espiritu Santo y su obra será una obra de luz y de paz.
Lucas, pues, al hablarnos del nacimiento de Cristo en la cueva de Belén no ha sido ni tan parco ni tan sucinto. Es mucho y muy transcendental lo que nos ha dicho.
El profundo misterio de Navidad, pues, nos obliga a acercarnos a su conmemoración con devoción y ternura, con gratitud y estremecimiento.

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