martes, 17 de marzo de 2009

El valor de la vida. Conferencia Pastoral Salud

EL VALOR DE LA VIDA


Mons. Fco José Arnaiz S.J.





El título que me propusieron para esta charla fue “Bioética. El valor de la vida”. La Bioética, con fuertes y específicos reclamos hoy no es precisamente campo de mi competencia, y sería una osadía mía ponerme a improvisar. Me voy a ceñir por eso, exclusivamente, al tema “el valor de la vida” que está en el trasfondo de la Bio-ética y que, sí, entra de lleno en mi competencia. Por otra parte me ilusiona hacerlo.
Sin más, abordo el tema.

* * * * * *

La vida en sus múltiples modalidades nos es tan connatural que apenas despierte nuestra atención. Y cuando la despierta, suele bastante superficialmente. Es más, la vida humana, por ejemplo, siendo de tanto valor, parece que sólo la estimamos en su justo valor, cuando estamos en trance o a punto de perderla.
Sin embargo,¡ qué espectacular y variado es el mundo de la vida, que late en nosotros y que nos rodea por todas partes. En los cielos, en la tierra y en el mar. En el cóndor, en el alazán y en el delfín. En la mariposa, en la hormiga y en el mosquito. En la secuoya, en la palmera real y en el rosal. En el filósofo, en el analfabeto y en el campeón olímpico.
A todos los curiosos e investigadores de la vida les ha inquietado siempre su origen, confundiendo frecuentemente la vida misma con las condiciones y exigencias materiales de esa vida en sus diversas formas y modalidades.
La vida en si –la vegetativa, la animal y la humana- sigue siendo hoy un estremecedor misterio. Lo único que hemos logrado, a base de mucha ciencia y de mucho dinero invertido en la investigación es conformar los compuestos orgánicos que configuran el estadio previo a la vida, pero todavía no hemos podido los seres humanos producir una sola célula viva en el laboratorio. Clonarla, que significa injertarla) sì, pero producirla, no.
Los esfuerzos científicos por dar con el modo y el tiempo de la aparición de la vida en nuestro planeta arrancan propiamente del año 1859 cuando Darwin propuso su teoría de la evolución. El mismo Darwin planteó ya que esos inicios se dieron en circunstancias muy distintas a las nuestras, a partir de ciertos procesos muy complejos de compuestos químicos.
El químico ruso Alejandro Operin (1924) y el inglés ohn Haldane (1929) fueron los pioneros en investigar cómo pudieron haber sido esos procesos.
Por ahora la hipótesis vigente, fundada en los estudios y experimentos de Urey y de Millar de la Universidad de Chicago es la que voy a ofrecer. Hace unos tres mil ochocientos millones de años, la Tierra, aún sin vida, estaría conformada por continentes distintos de lo de ahora; por dilatados océanos y por una atmósfera carente de oxígeno y compuesta de nitrógeno, anhidro carbónico, monóxido de carbono, metano, amoníaco y otros gases.
Una temperatura algo más alta que la actual y la radiación solar, especialmente ultravioleta, habrían sido haciendo posible en zonas de mares superficiales y en lagos síntesis de moléculas orgánicas como aminoácidos, azúcares y bases orgánicas. En este complejo caldo de substancias se habrían ido formando cadenas primitivas de proteínas que se habrían concentrado en pequeños glóbulos.
A partir de este material, todavía inerte, por un proceso totalmente desconocido aún, habrían nacido las primeras células vivas más primigenias, formadas por bacterias monocelulares llamadas “Procarietas”, es decir carentes de núcleo. Posteriormente se habrían desarrollado las cianobacterias, células capaces de realizar la función de fotosíntesis, pudiendo de este modo romper las moléculas de agua, sintetizar los azúcares necesarios para su nutrición y liberar oxígeno.
Por la acción de estas bacterias, similar a la actual de las plantas, habría crecido, en la atmósfera, poco a poco el nivel de oxígeno, y esto habría acontecido en un largo período que iría de los mil quinientos millones de años a los dos mil millones. Una atmósfera así, con oxígeno, es un requisito para el desenvolvimiento de la vida.
El siguiente paso habría sido la formación de las células “eucariotas”, células con núcleo. De ellas están formados todos los seres vivos actuales incluidos los humanos.
A partir de este punto, se habría dado una lenta evolución que iría desde la aparición de las primeras plantas pluricelulares y primeros animales hace unos setecientos millones de años desde la aparición posterior de plantas terrestres y vertebrados hace quinientos millones de años. Y desde la aparición de múltiples reptiles hace unos trescientos millones de años; y desde la aparición de los mamíferos hace ciento cincuenta millones de años, hasta finalmente la aparición del ser humano hace unos dos millones de años.
Ante este panorama, empecemos diciendo que estamos solamente ante una hipótesis científica, bien fundamentada, y nada más. Y una hipótesis, como su nombre lo indica, no es otra cosa que una conjetura o una suposición. Hipótesis, viene semánticamente del verbo griego “hipoticemi”, colocar algo debajo, suponer. Resaltemos en segundo lugar que no estamos hablando de la vida en sí sino de los elementos químicos inorgánicos y orgánicos que se requieren previamente para que se dé la vida vegetativa, animal y humana, para que lo meramente químico se transforme en bioquímico.
Todo esto supuesto, surge ahora una pregunta obligada: ¿lo dicho está reñido o no con lo que la Biblia nos dice en el Génesis?
Una cosa es conocer la realidad de la República Dominicana recurriendo a una buena geografía y un informe riguroso de economía y sociología nacional y otra muy distinta hacerlo acudiendo a nuestro poeta nacional Pedro Mir en su célebre elegía a la Patria “Hay un país en el mundo”. Lo que esa geografía científica y ese informe riguroso nos dicen con extremada exactitud a base de datos precisos precisos y enjutos, Pedro Mir nos lo dice de modo muy distinto poética y aladamente: “Hay en país en el mundo,/colocado/ en el mismo trayecto del sol,/ oriundo de la noche,/ colocado en un inverosímil archipiélago/ de azúcar y de alcohol,/ sencillamente liviano,/como un ala de murciélago,/ apoyado en la brisa./ sencillamente claro,/ con el rastro del beso en las solteras antiguas/ o el día de los tejados/ sencillamente frutal, fluvial y material. Y sin embargo/ sencillamente tórrido y pateado/ como una adolescente en las caderas./ sencillamente triste y oprimido/ sencillamente agreste y despoblado/ etc
No es ni pretende ser la Biblia, cuando trata temas cosmogónicos, antropológicos, astronómicos e históricos, tratados de esas ciencias. Ni pretende consecuentemente incursionar en esos mundos para solucionar problemas reales, existentes en ellos. La Biblia lo que pretende es hacer teología de esos mundos, revelar la acción de Dios, su presencia e influjo en ellos, su intención y plan acerca de ellos.
El libro del Génesis nos presenta a Dios creando cada una de las diversas especies vivas y recurre para ello al género mítico. Sería un error interpretarlo literalmente como sería un error interpretar literalmente la poesía de Pedro Mir. Hay que interpretar el pasaje del Génesis por su género literario “mítico”. Y mítico viene de “mizos” en griego que significa “fabula”, “algo vinculado a la fantasía”.
Según esto, lo que el Génesis quiere formular a través de ciertas conceptualizaciones y formulaciones “míticas” es la autoría y Señorío de Dios acerca de toda la creación, cualesquiera que sean los procesos por los que ésta ha pasado.
Y al fin de cuentas no es menor, respecto a la inteligencia y poder de Dios, la admiración que produciría , en los inicios de todo, la creación directa de todos los seres vivos que la que debe producir en nosotros las virtualidades infundidas por Dios en los primigenios elementos capaces de producir, a través de fascinantes procesos, las realidades que han ido surgiendo hasta a la situación actual o que puedan todavía surgir.
La ciencia entonces lejos de disminuir nuestra admiración ante el misterio de la vida lo que hará siempre es aumentarla.


En el tema de la vida humana hay un problema fundamental y es el de cuándo se produce estrictamente en el seno de la madre el comienzo de una nueva vida.
No es a la intuición ni al interés positivo o negativo ni al libre ejercicio mental al que le compete dar cumplida respuesta sino a la ciencia. La ciencia nos ofrece un dato fundamental que nadie hoy puede orillar: la fusión de los gametos humanos produce una realidad viva. Esta realidad viva es biológicamente distinta del útero materno. Su composición cromosomática está constituida por la suma y la combinación de los cromosomas maternos y paternos.
Tal realidad biológica es algo nuevo. No se trata de una mera yuxtaposición o aglomeración de elementos anteriores sino de un nuevo patrimonio genético. Este patrimonio genético es ya específicamente humano. En él están ya funcionalmente presentes los veintitrés pares cronosomáticos de la especie humana.
Esa realidad es también biológicamente individual, ya que el patrimonio concreto genético (el ADN propio) surge en el momento de la fusión de los cromosomas y de las distintas modalidades de la combinación de los genes. Las genes se sitúan en gran número (alrededor de unos 100.000) a lo largo de los cromosomas formando una especie de collar de perlas.
Científicamente todo esto quiere decir que desde la fecundación están presentes las características humanas propias de un nuevo ser humano. La formación y plenitud las logrará a través de un proceso propio.
Cuatro objecciones, sin embargo, al planteamiento científico, que hemos hecho, han sido formuladas por algunos desde la Antropología y desde la Biología, que nos interesa analizar.
La primera objeción desde la Antropología es que la humanización se caracteriza por las relaciones interpersonales y éstas comienzan con el nacimiento.
La respuesta es muy sencilla. La relación interpersonal manifiesta pero no constituye la existencia humana. Pero es evidente, por otro lado, que una cosa es el inicio del ser humano y otra muy distinta el progresivo proceso de humanización. Hay más. Los modernos métodos de observación del feto nos obligan hoy a afirmar la sensibilidad fisiológica y psicológica prenatal del individuo.
Las otras tres objeciones proceden de la Biología.
El inicio del individuo –afirman algunos hay que hacerlo coincidir con la formación del sistema nervioso. El desarrollo del sistema nervioso se produce entre los días 15 y 18 a partir de la fecundación y es él entonces el que comienza a coordinar toda la vida del individuo.
La respuesta –y por cierto desde la misma Biología- es obvia. Esta función la realiza previamente el conjunto de capacidades del embrión. La vitalidad no comienza con el sistema nervioso sino, por lo contrario, este es el resultado de un proceso dinámico que arranca en el mismo momento de la fecundación.
Otros proclaman que la implantación en el útero es el momento fundamental para su desarrollo.
La respuesta es también clara. No es la implantación la que le da la vida al embrión. La implantación es solamente condición para su supervivencia y desarrollo ulterior. Y según esto no tiene justificación proponer la fase de la implantación como comienzo convencional.
La tercera dificultad desde la Biología es, según algunos, la de la imposibilidad de concederle la individualidad el óvulo fecundado. La razón es que en las primeras divisiones en dos o cuatro células es posible la formación de otros tantos embriones biológicos idénticos a cuantas sean las partes en que se separan, como es el caso de los gemelos mono-ovulares.
La respuesta científica es que, no obstante esa posibilidad, en el óvulo fecundado están ya presentes en germen las características individuales y que, por lo tanto, existe ya un individuo puesto que la división, totalmente excepcional, de una parte no compromete la evolución integral del embrión según el programa establecido.
Dada la integridad intrínseca de la vida y su inviolabilidad, la posición firme e inrreductible de la Iglesia a favor de la vida incipiente se basa e identifica plenamente con los planteamientos de la ciencia que acabamos de exponer.
Ya en 1971 la Comisión episcopal francesa para la familia proclamaba:”Desde la fecundación del óvulo se constituye un individuo en una unidad plenamente estructurada. La ciencia no admite barreras cualitativas que establezcan el paso del embrión de una fase no humana a otra humana”. Y la Iglesia Evangélica se expresaba ese mismo año así: “El mandamiento divino del amor vale también para la vida comenzada y confiada al cuidado de los seres humanos. En base a los recientes datos de la ciencia, el comienzo de la vida se instaura con la fecundación, con la fusión de las células germinales. El comienzo del embarazo se identifica hoy científicamente con el momento en que se implanta en el útero el germen vivo. Toda acción que destruya esa ya comenzada es matar una vida que se está haciendo”.
Sin titubeos tenemos que decir que la ciencia biológica afirma hoy que ya en la fecundación de los gametos humanos se está ante una vida en proceso y que la insistencia de la Iglesia en defender la vida desde su fecundación coincide con la genética moderna.
¿Es, sin embargo, esa vida humana una persona?,¿Cuándo lo es?. Desde el punto de vista biológico la respuesta es que con la fecundación se inicia realmente una individualidad biológica, aunque sea susceptible de escisión y de multiplicación y esté sometida a un proceso.
La ciencia biológica no dice ni puede decir más, pero tampoco menos. Y ante la presencia ya de una vida humana individualizada, es algo muy secundario en qué momento se este de su inherente proceso.
Muy de acuerdo con tal planteamiento, la Iglesia (la Congregación de la doctrina de la Fe) advierte que “desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre sino un nuevo ser humano que se desarrolla por su propia cuenta”. Y concluye que es un deber moral respetarla.
Con cierto patetism, comprensible por la presencia dramática de tanto irrespeto a la vida incipiente, la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II sobre la vida (“Evangelium Vitae”) nos amonesta: “Hay quienes quieren justificar el aborto, sosteniendo que el fruto de la concepción al menos hasta un cierto número de dias no puede ser considerada vida humana personal”. No es esto ciertamente lo que afirma hoy la genética moderna. Lo que pregona es que desde que el óvulo es fecundado, un nuevo ser humano empieza a desarrollarse.
Cuando aún la ciencia no había avanzado tanto y no se sabía el momento preciso de la autonomía embrionaria, la Iglesia ante la duda de que esa autonomía no fuese real desde el primer momento de la concepción, exigía el respeto total a la vida desde la concepción de un ser humano por la ley de la probabilidad. Ante la duda que lo que se esconde y mueve detrás de un matorral sea un animal o un ser humano, el cazador no puede disparar a lo que se mueve ante la posibilidad de que lo que se mueve sea un ser humano y cometa un homicidio. Agresión gravísima a una victima inocente. En el caso del feto sería contra una víctima no sólo inocente sino totalmente indefensa que ha hecho presencia por voluntad ajena, lo cual agrava seriamente la agresión.
Se entiende así que el Magisterio de la Iglesia, ante cualquier hipótesis defendiese siempre que el ser humano debía ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción.
A parte de la razón, a la Iglesia le ha movido muy determinantemente el hecho de que la Revelación haya hablado de tal manera del ser humano en el seno de la madre que exija se extienda a él el mandato de “no matarás”. Por eso ha sido la tradición de la Iglesia. Su Magisterio lo ha repetido una y otra vez, ayer y hoy, contra todo interés inconfesable, convicciones contrarias, sutiles falacias y veleidosas reivindicaciones.

Tristemente, la vida humana, don tan excelso, es hoy una realidad sometida a múltiples y gravísimas amenazas: amenazas generales a la vida y amenazas particulares a la vida inicial y a la vida terminal.
Las amenazas generales provienen: de la naturaleza cósmica en la que está inserta y de la que depende: terremotos, lluvias, huracanes, tifones, calentamiento del planeta; amenazas de su propia naturaleza humana: hambre o desnutrición endémica en poblaciones enteras del planeta, malos hábitos de alimentación y vida sedentaria, enfermedades y epidemias, la droga y el alcoholismo; amenazas de los seres humanos que nos rodean: odios, venganzas, conflictos, guerras, terrorismo, genocidios y asesinatos; amenazas de la cultura vigente, una cultura que ha sido llamada “cultura de la muerte”, hoy se mata tranquila e impunemente para robar, para silenciar, para castigar, para ajustar cuentas; amenazas de una sociedad, hija y víctima de esa cultura de la muerte y de una sociedad muy agresiva y violenta.
Junto a estas amenazas generales están las particulares contra la vida inicial en el seno materno y contra la vida terminal.
En la raíz de las amenazas contra la vida incipiente hay que señalar los siguientes fenómenos vigentes: una instintividad sexual sin referencia a la vida a la que está esencialmente vinculada; baja estima de la vida, egoismo que juzga a los hijos como obstáculo del bienestar de los padres, de la familia y de la sociedad; la cultura anticonceptiva; el rechazo de la concepción sorpresiva o no querida; el recurso fácil al aborto; la difusión de falsas ideas sobre la vida; y legislaciones permisivas
En el trasfondo de las amenazas a la vida terminal está una visión negativa y pesimista de la vejez; la reivindicación y difusión mediática de la eutanasia activa y la defensa de la eutanasia pasiva.


En el tema del valor de la vida lo más fascinante es que la vida humana no se restringe exclusivamente a su temporalidad sino que en virtud de la infusión de vida divina en ella, fruto de la muerte y resurrección de Cristo, atesora la capacidad de transformarse en vida eterna y gloriosa, adsorbida en la infinitud de Dios.
Esta realidad tan reconfortante es la que le explaó Jesucristo a Nicodemus. “Si alguno no renace a través del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de Dios”
La vida eterna y gloriosa es tan esencial a nuestra fe que Pablo a los corintios, que si ella no existía , nuestra fe era vana y nosotros los cristianos éramos los más desgraciados del mundo.
Me siento obligado a decir algo sobre este inefable misterio.
Es entusiasmante que el Cristianismo se arrogue la impensable pretensión de ofrecer al ser humano participar en la vida divina y que esto sea lo más medular suyo.
Tal participación, sin embargo, es sólo incoada en la tierra. Su plenitud se mostrará radiante en el más. Como la mariposa respecto a la crisálida. Se reivindica así y remacha el origen divino del cristianismo y su diferencia de las demás religiones naturales centradas exclusivamente en la adoración, aplacamiento y obtención de favores de la benevolencia divina.
A la luz de esa participación humana en la vida divina, la creación adquiera una grandiosidad insospechada, pues su finalidad no se encierra en si misma sino que se abre a horizontes infinitos, al contar con seres –síntesis y culmen de todo lo creado- capaces de participar en la vida divina, entrando así en una comunión real con Dios, perfección suma y definitiva.
No es esto, sin embargo, una exigencia de nuestra naturaleza sino un don de Dios que nos fue revelado y dado en Cristo y por Cristo. Es el objetivo, gloria y gozo de su vida y obra.
Cuando no se insiste en esto ni se explana, el cristianismo poco a poco se convierte en mero moralismo y queda nuclearmente desvirtuado y desnaturalizado.
Es muy significativo que los primeros pensadores de la Iglesia vuelvan una y otra vez a este tema y lo conviertan en primordial objetivo de sus reflexiones y enseñanzas. Descuellan entre ellos Clemente de Alejandría, Atanasio de Alejandría, Basilio de Cesarea, Gregorio Nacianzeno, Máximo el Confesor y Juan Damasceno.
Aduzco varios pasajes para que se vea su estilo y tono.
Clemente de Alejandría en su obra “Protríptico” escribe. “El Logos de Dios se hizo hombre para que aprendas de él cómo puede el hombre hacerse Dios”
San Atanasio de Alejandría, en su célebre obra “Contra arrianos” explana: “El Logos no forma parte de las cosas creadas sino que es, por lo contrario, su Creador. Así es cómo tomó un cuerpo creado y humano para renovándolo divinizarlo. El hombre no podía ser divinizado si el Hijo no fuese verdadero Dios. El hombre no habría sido divinizado de no haber sido el propio Logos de Dios, verdadero y salido por naturaleza del Padre, quien se hizo carne. La unión se hizo, pues, para que a la naturaleza divina fuese unida la naturaleza humana y la salvación del hombre y su divinización quedasen aseguradas, pues así como el Señor se hizo hombre, igualmente nosotros los hombres somos divinizados por el Logos, siendo asumidos a través de su carne”
Basilio de Cesarea en su “Tratado sobre el Espíritu Santo” se expresa así: “Del conocimiento de la acción del Espíritu Santo procede el conocimiento anticipado de las cosas por venir, la inteligencia de los misterios, la comprensión de las cosas ocultas, la distribución de los dones de la gracia, la ciudadanía del cielo y finalmente la más alto de todo lo deseable: hacernos Dios”.
En su obra “Oratio” San Gregorio de Nacianzo nos amonesta: “Hagámonos Dios por El, ya que El por nuestra salvación se hizo hombre. ¿Cómo no va a ser Dios aquel por el que tú haces Dios?. Se hizo hombre a causa de ti para que tu por El te hagas Dios. El que ahora desprecias (Cristo) existió antaño y estaba por encima de ti, el que ahora es un hombre era entonces increado; lo que él era ha seguido siéndolo, pero lo que no era lo unió a si. Al comienzo El no tenía causa (¿cuál en efecto podría ser la causa Dios?) pero más tarde se hizo hombre para que yo me haga Dios, tanto como él se hizo hombre”.
Por su modo de argumentar, es evidente que tales pensadores de la Iglesia en modo alguno están hablando metafóricamente, al aplicar el concepto de vida divina al ser humano. Hablan de una verdadera participación humana en la vida divina, que al positivismo y racionalismo de su tiempo le resultaba ininteligible. También lo es para los positivistas y racionalistas de hoy, para los que se confiesan increyentes o agnósticos.
Un presupuesto falso de ellos es que el poder de Dios no es capaz de producir en el ser humano lo que las fuerzas naturales no pueden lograr. Lo inadmisible sería que las meras fuerzas naturales por sí mismas fuesen capaces de divinizar vitalmente al ser humano, pero de ninguna manera el que Dios le pueda ofrecer gratuitamente al ser humano la participación en su vida divina.
A los Santos Padres griegos les gustó presentar la participación en la vida divina recurriendo al símil del hierro incandescente. Está por un lado el fuego y por otro el hierro frío. Aplicando el fuego al hierro, este se torna incandescente si dejar de ser el hierro hierro y el fuego fuego.
Subyace también en la actitud positivista y racionalista una concepción cerrada de la creación. Para la fe cristiana la creación no está acabada, no ha llegado a su punto final. Está llamada a una perfección superior y esta no es otra que la culminación de la divinización incoada del ser humano aquí en la tierra gracias a Cristo. Esa culminación es horizonte y esperanza.
El cristiano mira siempre hacia el término o consumación de la creación que es lo único que en definitiva le interesa. El racionalista y positivista, sin embargo, mira el presente y el pasado y se desespera de que el pasado ya no exista y se angustia de que el presente se le esfuma entre los dedos y al mirar al futuro limitado en el tiempo, juzga ese límite como término de la vida y fin de todo y se aterra o lo acepta estoicamente.
El cristiano sabe y no cesa de pensar que la figura de este mundo pasa y por eso no se aferra al estado presente de las cosas y se llena de ilusión y esperanza avizorando un futuro gozoso y glorioso que nunca acabará.
Curiosamente la participación en la vida divina responde no a una exigencia de la naturaleza humana, pero, sí, a una capacidad para ella y a un anhelo profundo del ser humano. Este es capaz por naturaleza de recibir por gracia el don de la participación en la vida divina. Sin embargo, entre el primer don del ser y el segundo de su divinización posible existe una indiscutible correlación.
En virtud de la programación, inscrita en sus genes y en su neurofisismo (sistema nervioso central y encéfalo) y en su espíritu humano (llámesele como se le llame: nefes, elán vital, alma) el ser humano adquiere poco a poco su madurez animal y humana. Con la infusión del Espíritu Santo el ser humano recibe una dimensión vital, divina. Jesucristo para exponer este misteriosa realidad recurrió al simil de la vid: cepa y sarmientos. El era la cepa y nosotros los sarmientos. La savia es la vida divina que El hace llegar a nosotros. Todo esto revelado en Cristo y por Cristo nos permite afirmar que Dios creó al ser humano en orden a su divinización. Aparece así la grandeza y belleza del designio divino respecto a la creación.
Tenemos, por otro lado, que la perpetuación eterna y gloriosa del ser humano responde a uno de sus anhelos más profundos. Una de las expresiones más dramáticas es la insatisfacción continua con todo lo creado y finito. El desasosiego que resulta de no reconocer que esa realidad a la que aspira existe es señal clara de la existencia de ese deseo. Sentir ese deseo y no poder cumplirlo convierte la en náusea que escribió Jean Paul Sastre. Sentirlo y saber que puede cumplirlo llena la vida de luz y de esperanza, de ilusión y de gozo. Desde la seguridad de esa oferta y don divino, el Cristianismo proclama que Dios puso precisamente en el corazón humano ese anhelo porque en su proyecto sobre el ser humano estaba satisfacerlo plenamente.
Coherentemente con todo lo expuesto es aguda la definición del ser humano que en una de sus obras nos dejó San Gregorio Nacianceno: “El ser humano es un animal divinizable”.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Los discipulos de Emaus

Los discipulos de Emaus
Fco. Jose Arnaiz, S.J.

El relato lucano sobre los discípulos de Emaús tiene una lectura sencilla y directa muy iluminadora sobre la resurrección de Cristo pero también una lectura profunda, teológica, más complicada, que encierra la verdadera enseñanza que pretende realmente ofrecer el autor. Es la que vamos a hacer. Lucas lo que pretende ofrecer es una reflexión crítica sobre la fe cristiana.
El que no recuerde el relato en todos sus detalles, que lo vuelva a leer pausadamente. Está en el evangelio de San Lucas, en el capítulo 24. Es un pasaje delicioso, finamente escrito.
Todos los relatos del evangelio de San Lucas son didácticos. Lo dice expresamente en el prólogo. Quiere dar firmeza a las enseñanzas recibidas, es decir impartidas y aceptadas por los fieles de su comunidad cristiana.
A través de hechos vitales lo que él busca es enseñar, esclarecer y robustecer la Fe. Y providencialmente para nosotros, lo que él se propone es definir con precisión el fundamento radical y el sentido verdadero de nuestra fe. ¿Qué es y qué implica realmente la fe cristiana?.
La crítica histórico-literaria ha descubierto la complejidad del pasaje. Existe una narración previa que Lucas asume, retoca y completa con otras narraciones más antiguas. Marchaban de Jerusalén los dos personajes de nuestro relato decepcionados y tristes, porque el Maestro había muerto. “Hablaban y se hacían preguntas”.
El conocimiento de las escrituras, la convivencia con Jesús y el haber oído sus enseñanzas en nada les había servido para comprender la muerte en cruz del Maestro. Su fe en el Jesús de la vida pública se les evaporó en el Gólgota y se había tornado mero recuerdo histórico de un “profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo” (Lc 24, 19). Desconocer o rechazar el misterio de la cruz es ignorar el misterio de la Redención universal de Cristo, que presupone el misterio de la iniquidad humana y el misterio de la bondad y misericordia infinita de Dios. No hay, pues, genuina fe cristiana sino pasa por la aceptación de la incomprensible cruz. Pero la fe en el crucificado no basta. La base de la fe cristiana es Jesús crucificado y resucitado; es Jesús vivo para siempre con un cuerpo trasfigurado, libre ya de los límites de la existencia histórica, esclarecimiento, argumento y preludio de lo que nos espera en virtud de su crucifixión y resurrección.
Y esto fue precisamente lo que Jesús resucitado, al aparecérsele en el camino, les fue explicando a los discípulos de Emaús “empezando por Moisés y los profetas” e “interpretándoles todo lo que sobre él se decía en las Escrituras” (versículo 27).
La aceptación y confesión de la resurrección, según San Lucas, es tan fundamental para la fe cristiana que, descartada ella, la figura de Cristo se desdiviniza y la fe se volatiza irremisiblemente.
No basta, sin embargo, creer en Cristo vivo y glorioso. Es necesario creer en una nueva presencia y actuación suya entre nosotros. Una presencia múltiple y real.
Lucas explica esto. De acuerdo a él, Jesús vivo y glorioso está presente, en primer lugar, donde se piensa o se discute sobre el significado de su vida, muerte y resurrección. Y esto aunque la discusión esté dominada por la duda, la incredulidad o la decepción.
“Aquel mismo día ñescribe Lucas- dos de los discípulos se dirigían a una aldea distante de Jerusalén unos once kilómetros. Iban conversando de todos esos sucesos, y, mientras hablaban y se hacían preguntas, Jesús mismo se acercó y se puso a caminar con ellos, pero sus ojos estaban impedidos para reconocerle” (vv 13-15). El planteamiento es diáfano como lo es también que se hace presente para dialogar y esclarecer.
“Él les dijo; ¿Qué conversación es la que llevan por el camino? Y se detuvieron entristecidos. Uno de ellos, llamado Cleofás, respondió: ¿eres tú el único en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días allí?. “¿Qué? Les dijo. Y ellos le contestaron: lo de Jesús, el de Nazaret, hombre que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes lo entregaron para ser condenado a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él quien libraría a Israel, pero después de todas estas cosas, éste es el tercer día desde que ellas sucedieron”
Es manifiesta en el relato lucano la yuxtaposición de dos narraciones o tradiciones distintas. La primera respecto a la tumba vacía. Lucas con ello nos quiere decir que el cristiano no debe buscar a Cristo entre los muertos, en el cementerio de los ayer vivos que es la historia, sino entre los vivos y presentes de nuevo, aunque en forma distinta, que es donde se encuentra definitivamente.
Cristo se hace presente también de modo singular en su palabra divina, en la interpretación del Antiguo Testamento, preparación del Nuevo, y en éste, “palabra de Dios hecha carne”. Se expresa así el texto lucano: “Entonces él les dijo: ¡oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No es verdad que era necesario que Cristo padeciese estas cosas y así entrara en su gloria? Y empezando por Moisés y por todos los profetas les explicó lo que sobre él hay en todas las Escrituras” (vv 25-27). Jesús resucitado y vivo está presente en el acontecer del lenguaje inspirado, cuestionando y enseñando a través de su comunicación vital.
¡ Qué pena que la tradición no nos haya conservado la lección sagrada de exégesis bÍblica ofrecida a la pareja de Emaús!. A los doce años, cuando se quedó en el Templo con los Doctores de la ley, Lucas advierte que “todos los que le oían estaban sorprendidos de su inteligencia y de sus respuestas” (Lc 2, 47).
Los mismos discípulos de Emaús dirían un poco más tarde, al desaparecer de su vista el resucitado y vivo: ¿No es verdad que dentro de nosotros ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino, cuando nos explicaba las Escrituras? (v. 21). Jesús resucitado y vivo se ha presente también, según San Lucas, de modo muy singular en el “compartir el pan”, es decir en toda forma de confraternidad humana. Sentarse varios a la mesa invitando a un extraño era en el mundo antiguo una forma paradigmática y simbólica de definir la fraternidad humana. Es importante el dato del extranjero, del desconocido invitado, queriendo subrayar de este modo, que la fraternidad humana, en sentido amplio y real, rebasa los vínculos obvios de sangre, amistad y vecindad.
A la luz de este simbolismo resultan muy significativas las comidas del Jesús terreno con publicano y con pecadores (Cfr Mt 9, 11; 11, 19; Lc 5, 2; 19, 1ss).
En tiempos de tanta insolidaridad y de exclusión social de tantos seres humanos del banquete pleno de la vida nos debe hacer pensar mucho que Lucas, al llegar a este momento, nos diga que Cristo resucitado y vivo no sólo se hizo presente y activo sino que se hizo recognoscible y reconocido en el compartir los bienes propios con los demás, con el prójimo.
Lucas escribe: “Y se acercaron a la aldea donde se dirigían. Él hizo como que iba muy lejos. Ellos entonces le forzaron diciendo: quédate con nosotros, porque es tarde y el día ha declinado ya. Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo y se lo dio. Entonces se abrieron sus ojos y lo reconocieron, pero él se desapareció de su vista” (vv 28-31). Como en todas las comunidades cristianas primitivas, el principal encuentro de la, que presidía Lucas en nombre del Señor, era el de la “Fracción del pan”, el de la Eucaristía, de acuerdo al mandato del Maestro la noche de su institución: “hagan esto en conmemoración mía”. Es otra manera, muy especial, que nos subraya Lucas, de hacerse el Cristo resucitado y glorioso presente y activo entre nosotros. Lucas para expresarlo en su relato pone a Jesucristo presidiendo la mesa y emplea las palabras de la oración eucarística:”tomó pan en sus manos, lo bendijo y se lo dio”. Sacrosantas palabras que se repiten hasta el día de hoy en el momento de la consagración de la misa.
Está cargado de sentido real que al llegar a esta parte diga Lucas que precisamente fue cuando “se les abrieron los ojos y lo reconocieron.(v 31) Será la gran experiencia que contarán gozosos a los apóstoles en Jerusalén. “Se levantaron entonces volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a sus compañeros que decían: el Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaban lo del camino y cómo lo reconocieron en la fracción del pan”.
Es un modo eminente, el de la Eucaristía, de hacerse presente de nuevo el Cristo vivo y glorioso entre nosotros y de encontrarnos nosotros con él.
Este artículo apareció originalmente en la edición del 21 de abril del 2007 del Listin Diario. Fue escrito por Francisco José Arnaiz S.J.

Padre Antonio Altamira


PENSAMIENTO Y VIDA
Antonio Altamira Botí S.J. Por: Fco José Arnaiz S.J.

En memoria de nuestro querido Vicerrector de Bienestar Estudiantil, Reverendo Padre Antonio Altamira S.J.
Ángela Peña, con su fina sensibilidad femenina, acaba de escribir en el Periódico Hoy dos encantadores artículos sobre Manresa-Loyola, Haina, donde terminan sus días un grupo de esforzados jesuitas, que fueron dejando girones de su vida entre nosotros y hoy mansamente esperan el abrazo definitivo con Dios al que generosamente entregaron un día sus vidas al servicio total de los demás.
Allí cerquita del remansado Caribe, sobre los arrecifes, está el recogido cementerio de los jesuitas. Una blanca pared llena de nichos, cada uno con el nombre y apellido sucintos del difunto y dos fechas, la de su nacimiento y la de su muerte; y sobre la tierra una serie de tumbas bien alineadas con su cruz y su inscripción.
Hace unos seis años me visitó desde Miami un cubano que quería hacer negocios aquí. Era antiguo alumno de nuestro célebre Colegio de Belén en la Habana. Recordaba con cariño e inmenso agradecimiento a todos y cada uno de los que habían sido sus profesores. Los recordaba con su nombre y apellido. Se me ocurrió entonces llevarle a Manresa, a ese cementerio.
Jamás lo olvidaré en vida. Aquel hombre se detuvo en el estrecho pasillo central, leyó pausadamente tanto nombre conocido, le rodaron unas lágrimas gruesas por sus mejillas y con voz quebrada me dijo: esto no es un cementerio; es un Panteón de próceres. Y juntos rezamos por ellos un Padre Nuestro salido del hondón del alma.
Ya en el carro se explanó en ponderarme la categoría de hombres competentes y muy de Dios como el P. Ramón Calvo, Daniel Baldor, Barbeito, Mendía, Larrucea, Angel Arias, Pedro de Prada, Cipriano Cavero, Salgueiro, Uribe etc a los que tanto él debía.
Desde el martes 22 de este febrero del 2007 el Panteón jesuítico de Manresa cuenta con un prócer más, el P. Manuel Antonio Altamira Botí, con esta escueta inscripción (1923-2007). 1923 fecha de su nacimiento. 1907 fecha de su defunción. Los títulos y galardones los jesuitas los reciben en el cielo.
A ese Panteón el P. Altamira, después de una sentida misa de despedida en la Capilla de Manresa, fue llevado con un cortejo multitudinario de jóvenes del Colegio Loyola, de la Universidad O&M y de muchachos y muchachas del MOVIC (Movimiento de Vida Cristiana) creado y sostenido por él. Ninguno de ellos y ellas ocultó su dolor y su agradecimiento a sus desvelos apostólicos. Antes de cerrar el ataúd un jóven sigilosamente se acercó y depositó en una esquina una pequeña cartulina. Creyó que nadie lo veía. Lo vió alguién que es quien me lo ha contado. Era una estampita de la Virgen. Todo un símbolo.
Altamira pertenece a mi generación jesuítica. Yo entré a formar parte de la Compañía de Jesús en mayo de 1941, en plena II Guerra Mundial, y él lo haría en septiembre de 1942.
El 41 había sido establecido en la ciudad de Cienfuegos, en el Colegio de Monserrat, el noviciado para los jóvenes cubanos y dominicanos que quisiesen ser jesuitas. Lo inauguraron un grupo de novicios españoles, idos allá desde el Noviciado de Salamanca, que era la Provincia Madre jesuítica a la que pertenecía entonces Cuba y la Misión fronteriza de la República Dominicana, y un grupo de cubanos. Ellos fueron la generación fundadora del Noviciado en Cienfuegos. En los primeros días de mayo del 42 llegábamos allá, retrasados por los avatares de la guerra, en plena confrontación submarina bélica, después de un viaje rocambolesco de 32 días, la expedición de los ingresados en España el 41. Eramos cuatro en total. Vivimos solamente dos.
De mis dulces recuerdos de esos inolvidables años forma parte el P. Altamira. Una mañanita de finales de agosto, después de haber viajado toda la noche en tren desde la Habana hasta Cienfuegos, acompañados del Superior Viceprovincial P, Vicente Garrido (que también descansa en el Panteón de Manresa), aparecían, al final de nuestra misa de comunidad, tres singulares personajes que venían llenos de ilusión a iniciar su vida jesuítica. Esos tres jóvenes eran Francisco Guzmán, Antonio Altamira y Alberto Villaverde. Los tres, pasados unos años, trabajarían denodadamente entre nosotros. El primero con nuestros campesinos desde CEFASA (Centro de formación y acción social agraria) con sede en Gurabo, recorriendo además todo el territorio con sus tiendas de campaña y con sus cursos ambulantes. El segundo con nuestra juventud bachillera y universitaria. Y el tercero con la comunicación, publicidad y artes plásticas y en la UASD. Los dos primeros procedían de nuestro Colegio de Belén y el tercero de la Federación Católica de la Habana.
Tenía Altamira en ese momento 19 años. Lucía aquella mañana un traje blanco almidonado impecable, muy habanero. Hijo de un diplomático ya fallecido, su entorno íntimo familiar era su madre a la que adoraba y una hermana a la que quería y protegía. Era atildado en su porte y en sus formas. Daba una primera impresión de tímido, contenido e introspectivo, pero, en cuanto rompía ese primer momento, era ya chispeante, ocurrente y bullanguero. Con el fin de iniciar tempranamente a los colegiales en el difícil arte de la oratoria y del trasmitir el pensamiento con gracia y fuerza poseía el Colegio de Belén la Academia Literaria de la Avellaneda.
Habiendo pertenecido a ella y habiendo sido su presidente, Altamira llegó al Noviciado con fama de buena pluma y buen catador de lo literario. De él el Director entonces de esa Academia, el R.P. José Rubinos, fino escritor del Diario de la Marina y laureado poeta, había dicho que su tersa prosa evocaba la de Santa Teresa. Durante sus años en el Colegio, Belén vivió su época áurea. El tuvo de profesores una pléyade de jesuitas, eminente cada uno en su ciencia, que publicaron en la Habana notables libros. Maturino de Castro, Antonio y Román Galán, Faustino García, Pelegrín Franganillo, José Rubino, Beloqui y Hurtado etc y surgió en él espontánea y reflexivamente una gran admiración por la Compañía de Jesús. Miembro de la Congregación Mariana desarrolló un creciente amor a la Virgen María que jamás la abandonó hasta la muerte, un amor contagioso.
Desde el primer momento, su ilusión y empeño fue llegar a ser un buen jesuita como ellos; y muy coherentemente se dejó troquelar fielmente por la exigente formación de la Compañía sin resistencias ni regateos. Lo vimos así, muy coherentemente, entregado totalmente a su formación en Letras durante tres años en La Habana; a continuación otros tres años dedicado a su formación filosófica en la Universidad Pontificia de Comillas (España); seguidamente en Cuba durantes tres años dedicado a una experiencia docente en el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús en Sagua La Grande (Cuba); y por fin durante cuatro años recibiendo la formación teológica en la Facultad Teológica de los Jesuitas en San Cugat del Vallés, Barcelona, España.
Culminada su formación espiritual y científica, fue destinado en 1958 a la Habana, a su querido Colegio de Belén como Padre Espiritual de la Segunda División y Profesor de Literatura. Comenzó simultáneamente a sacar su Doctorado en filosofía y letras en la Universidad Católica Santo Tomás de Villanueva de la Habana.
La revolución cubana dio un fuerte giró a su vida. En setiembre del 61 el gobierno revolucionario suprimía de un tajo la enseñanza privada y expropiaba todos los edificios privados dedicados a la enseñanza. Entre ellos Belén donde se había educado Fidel. Su numerosa Comunidad jesuítica, con poco más que lo puesto, tuvo que ser dispersada entre diversas casas de jesuitas en la Habana. Al P. Altamira le tocó ir a Villa San José en la calle G esquina Av. 19. A los pocos días un grupo de milicianos, al amanecer, irrumpió en ella buscando a un grupo de jesuitas para deportarlos. Yo estaba allí y sería uno de los deportados. Eramos unos quince los que residíamos en esa casa.
Fuimos confinados a eso de las 6.00 a.m. en una sala y vigilados desde el corredor por un miliciano metralladora en ristre. Sonó el teléfono y Altamira arrancó a atenderlo. El miliciano le disparó a quemarropa y le hirió en un muslo. Fue llevado a un hospital militar y ya curado fue deportado a Colombia. Allí fue destinado al Colegio San José de los jesuitas en Barranquilla donde trabajaría con notable entrega y éxito durante 18 años, es decir hasta 1979.Es el momento en que es destinado a nosotros, al Colegio Loyola. Le costó el nuevo destino pero como buen hijo de San Ignacio vino y se entregó con ahinco y generosidad a la formación espiritual de nuestros alumnos, extendiendo su influjo a alumnos y alumnas de otros Colegios a través del MOVIC (movimiento de vida cristiana) creado por él, y más tarde como Vicerrector y decano de bienestar estudiantil en la Universidad O&M.
En el Colegio Loyola, recordando su experiencia betlemita, establecería la Academia Literaria Max Henríquez Ureña Todos recordaremos por mucho tiempo aquellos concursos oratorios públicos en que jóvenes del Loyola nos deleitaron con piezas inmortales de los mejores oradores de la literatura universal y de nuestra historia patria.
Tenía sus salidas inesperadas y sus reacciones incomprensibles. Sagaces, los jóvenes, se las perdonaban ante la evidencia de su entrega, amor hacia ellos, espíritu de sacrificio, tenacidad y preocupación por sus dificultades y problemas.
Últimamente le obsesionaba la muerte y le estremecía. Dios le premió con una muerte plácida y ya perdido en la infinitud de Dios habrá comprendido lo que Teresa de Jesús, su gran admirada, escribió que “aquella vida de arriba,/ que es la vida verdadera,/hasta que esta vida muera,/no se goza estando viva/. Feliz él.
http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=4184

El pecado y la cuaresma

PENSAMIENTO Y VIDA
El pecado y la cuaresma
Francisco José Arnaíz S.J. - 2/28/2009



El miércoles con la ceremonia de la imposición de la ceniza la Iglesia ha dado inicio a la Cuaresma. La cuaresma es tiempo de aborrecer nuestros pecados y arrepentirnos de ellos. Sorprende en nuestra generación una notable pérdida de la sensibilidad y conciencia del pecado.
A base de teorías peregrinas ha aumentado por todas partes el número de los “amorales” que dicen no sentirse pecadores. De este fenómeno no escapan muchos de los que se dicen cristianos. Curiosa actitud.
El pecado es una de las realidades más presentes en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Y el pecado, por supuesto, no meramente como trasgresión del orden ético y como corrupción del ser humano, sino como infidelidad a Dios y rompimiento con él.
El mismo término de “pecado” en su raíz etimológica es ya muy significativo.
Pecado viene de la palabra latina “Pecatum” que procede de “pecus” bestia. “Pecare” es una contracción de “pecuare” que significa proceder al modo de las bestias, que carecen de racionalidad. La frase es fuerte pero expresiva. Todo pecado es una animalada, una dimisión clara de nuestra condición de seres racionales. Es una degradación. Se entiende así que la sociedad pueda convertirse en una selva.
El pecado y su perdón por parte Dios es, por otro lado, una de esas verdades que avanzan progresivamente en su esclarecimiento a lo largo de los libros sagrados de la Biblia. Isaías nos habla así: “La mano del Señor no se queda corta para salvar, ni es duro de oído para oir. Son las culpas del hombre las que se interponen entre él y su Dios. Son sus pecados los que le ocultan su rostro e impiden que le oigamos” (Is. 59, 1’2)
En el Antiguo Testamento son varios los términos con los que quiere desentrañar esa realidad que nos aparta de Dios.
Los vocablos más veces empleados son: pecado, delito, rebelión, trasgresión, abominación, mancha, falla y esclavitud. Cada vocablo enfatiza una dimensión distinta del pecado y nos muestra su dañino poliedrismo, las diversas caras de una misma realidad.
El pecado en sí es corrupción de la persona, perversión de la inteligencia y de la voluntad, perturbación del orden debido y trastorno de las relaciones correctas del ser humano con Dios y con la creación, y de los seres humanos entre sí.
Desde el punto de vista psicológico ñtambién moral- el pecado es para el Antiguo Testamento “culpabilidad humana” en virtud del uso irresponsable del gran don de la libertad. Dice sin rodeos el Eclesiástico: “El Señor creó al ser humano al principio y lo entregó en poder de su albedrío. Si quieres, guardarás sus mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad. Ante ti están puesto el fuego y el agua. Echa mano a lo que quieras: Delante del ser humano están la muerte y la vida. Le darán lo que él escoja” (Ecl 14, 13-17).
Según el Antiguo Testamento el proceso completo del pecado incluye tentación interna o externa, consentimiento y ejecución . Es paradigmático el pasaje bíblico de Adán y Eva, Génesis cap. 13. El Salmo 38 dice: “Me tienden lazos los que intentan contra mí” (versículo 13).
Hay también pecados individuales y pecados colectivos. Como en el bien así también en el mal hay complicidad y actuación vinculada y vinculante. Dice el Salmo 106, versículo 6: “Hemos pecado con nuestros padres, hemos cometido con ellos maldades e inequidades”.
Y Daniel oró así al Señor: “Señor, Dios grande y terrible, que guardas la alianza y eres leal con lo que Te aman y cumplen tus mandamientos: Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y de tus preceptos. No hicimos caso a tus siervos, los profetas que hablaban en tu nombre a nuestros reyes a nuestros príncipes, padres y terratenientes. Señor nos abruma la vergüenza. Todo Israel quebrantamos tu ley rehusando obedecerte. Por eso nos han caído encima las maldiciones consignadas con juramento en la ley de Moisés, tu siervo porque hemos pecado contra Ti “ (Dan 9, 5.11).
El pecado lo es no sólo porque atenta contra el orden establecido por Dios sino también y ante todo porque atenta contra Dios mismo. Todo pecado, según el Antiguo Testamento, incluye infidelidad a la alianza de Dios con uno. Lo pregona así Oseas, haciéndose eco de todos los profetas: “Toca la trompeta, un águila se cierne sobre la casa del Señor porque han roto mi alianza al rebelarse contra mi ley. Me gritan: te conocemos, Dios de Israel pero Israel rechazó el bien. Que el enemigo lo persiga. Se nombraron reyes sin contar conmigo, se nombraron príncipes sin mi aprobación. Con su plata y con su oro se hicieron ídolos para su perdición” (Os. 8, 1-14)
El fundamento de todo esto es muy obvio. Dios se siente ofendido cuando se atropella al ser humano. Basta recordar el pecado de David. David comete adulterio con Betsabé. Esta le avisa, después, que ha quedado embarazada. David decide matar a Urías, esposo de Betsabé. Ordena que en el campo de batalla lo coloquen en el lugar más peligroso y Urías muere. Dios manda al profeta Natán a David. Natán, después de exponerle la parábola del rico y del pobre le amonesta:”¿Por qué te has burlado del Señor? Y le habla del castigo que recibirá.
El ser humano, de acuerdo al Antiguo Testamento, no hace daño positivo a Dios, pero esto no significa que Dios permanezca indiferente. Job exclama:”Dios es poderoso. No desprecia el corazón sincero, pero no deja con vida al malvado y hace justicia al pobre. No aparta sus ojos de los justos. Los sienta en tronos reales y los exalta para siempre. Sin embargo, cuando los ata con cadenas y los sujeta con cuerdas de aflicción, es para denunciarles sus malas acciones y los pecados de su soberbia. Les abre el oído para que aprendan y los exhorta a convertirse de la maldad.” (Job 36, 5-10)
El pecado por dialéctica interna acarrea en determinados casos desgracias terrenas. Después que el libro de los Jueces ha narrado los pecados y muerte de Abimelec, concluye: “Así pagó Dios a Abimelec lo mal que se portó con su padre asesinando a sus setenta hermanos. Y todo el mal que hicieron los de Siquén, Dios lo hizo recaer sobre ellos. Sobre ellos cayó la maldición de Yotán, hijo de Yerubal” (Jueces, 9, 56-57)
La historia de pecado, para el Antiguo Testamento, arranca de la desobediencia de los primeros padres y se expande y crece en Israel hasta la elección de Abrahán. El pecado de Jeroboán marca la Monarquía del Norte, y un conjunto de pecados ancestrales sella la del Sur. Con tal planteamiento pretende la Revelación iluminar el profundo misterio de la iniquidad, misterio de la historia: el mal junto el bien envolviendo y penetrando al libre y débil ser humano.
Sería poco teológico hablar del pecado en el Antiguo Testamento y silenciar el perdón generoso por parte de Dios. Junto al pecado del ser humano está siempre el perdón de Dios. El Dios del Antiguo Testamento es Dios de indulgencia y misericordia. Resaltando esta realidad dice el Salmo 103: “Bendice alma mía al Señor y todo mi interior a su santo nombre. Bendice, alma mía, y no olvides sus beneficios. El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades. El rescata tu vida de la fosa y te rodea con su misericordia y su cariño” (versículos 1-4)
El ser humano, sin embargo, para recibir el perdón debe reconocer sus pecados, pedir perdón por ellos y cambiar de conducta. El perdón de Dios entonces sepulta el pecado, lava, borra y trasforma. Es paradigmático el salmo 51:!Piedad de mí, oh Dios, por tu bondad, por tu inmensa ternura, borra mi delito. Lávame a fondo de mi culpa, purifícame de mi pecado. Pues yo reconozco mi delito. Mi pecado está siempre ante mí, contra ti, contra ti solo pequé, lo malo a tus ojos cometí. Por ser justo cuando hablas e irreprochable cuando juzgas, mira que nací culpable, pecador me concibió mi madre. Y tu amas la verdad en lo íntimo del ser, en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con hisopo hasta quedar limpio. Lávame hasta blanquear más que la nieve” (versículos 1 al 9).
Uno de los temas más reiterativos del Antiguo Testamento es el de la fidelidad de Dios con el ser humano, no obstante su continua e ingrata infidelidad.
San Agustín, que fue gran pecador, escribió muy ungidamente: “Hay como dos cosas: el hombre y el pecador. Dios hizo al ser humano y el ser humano hizo de si mismo el pecador, Destruye lo que tú hiciste, para que Dios salve lo que él hizo. Debes odiar en ti tu obra y amar en ti la obra de Dios. Cuando comience a desagradarte lo que tú hiciste, entonces comienzan tus buenas obras porque acusas tus malas obras. El principio de las obras buenas es la confesión de las obras malas. Obras entonces la verdad y vienes a la luz. No te mimes, no te acaricies, no te adules, no digas “soy justo”, cuando eres malvado y entonces comenzarás a obrar la verdad”.

Jose Ramon Hernandez Lebron

PENSAMIENTO Y VIDA
José Ramón Hernández Lebrón
Francisco José Arnaiz S. J. - 10/18/2008



Uno abriga la ilusión de que los seres humanos que quiere nunca se van a morir y, cuando acaece su muerte, uno se siente increíblemente sorprendido y sacudido.
Hay amigos que son como hermanos, parte fundamental de uno. Cuando definitivamente se nos van, tiene uno entonces la ácida sensación de que con ellos se va también algo fundamental de nuestro ser y de nuestro existir.
Conocí por primera vez a José Ramón Hernández en los primeros meses del año 62. Dirigía en esos momentos la Patronal. Como parte de una operación de formación político-social, en la que estábamos metidos un pequeño grupo de jesuitas, yo, entre otras había asumido la tarea de celebrar ciertas tertulias con ese objetivo, rodeado de un grupo de empresarios e industriales.
Recuerdo algunos nombres: Marino Aufant, “Santanita” Bonetty, Tuturo Pellerano, Máximo Pellerano, Heriberto de Castro, Horacio Alvarez, Moisés Pellerano, Fernando Viyella, Ernesto Vitienes, José Buera, Jaime Esteva, Ricardín Hernández, Luis García San Miguel, Baby Ricart, Papías Najri, Payo Ginebra, Pepe Armenteros, Enrique Armenteros etc.
A esas tertulias jamás faltó José Ramón Hernández y en ellas inicié yo con él y con su familia una entrañable amistad que el tiempo jamás la debilitó sino que la anudó y fortaleció más y más.
José Ramón fue para mí desde el primer momento una caja de sorpresas. Me encontré desde ese momento con un hombre de una calidad humana sorprendente. Enormemente abierto a todo lo bueno y a todo tipo de personas. Respetuoso, comprensivo y solidario. Jamás arrogante e impositivo. Cuando no estaba de acuerdo, abría un poco más sus claros ojos, se sonreía, esperaba pacientemente su turno y sabía disentir con elegancia, con comprensión, con serenidad y con envidiable respeto a los demás.
Debajo de estas cualidades intuí que estaba ante un ser humano notablemente dueño de si mismo, difícil don humano.
Hombre muy auténtico, ajeno a vanidades y oropeles sociales, enemigo acérrimo de recurrir a turbios manejos para conseguir objetivos y opuesto visceralmente a someterse vilmente a nadie para alcanzar respaldos o apoyos para escalar o lograr privilegios, José Ramón hizo médula de su vida la honestidad y la integridad a toda prueba. Creía en el éxito del trabajo honesto, hasta en demasía, e hizo de este convencimiento y actitud lema y clave de su paso por nosotros.
Un día decidió crear una memorable empresa de neveras “NEDOCA” y el éxito le acompañó por encima de su sueño. Miles de dominicanos y en islas adyacentes se han gloriado de tener una Nedoca. Nedoca fue una nevera que en tiempos muy débiles de la CDE, mientras las demás neveras se fundían y paralizaban, ella sola resistía las repentinas subidas y bajadas del alocado fluido eléctrico y raramente fallaba.
Con su vivaz ingenio José Ramón creó un sagaz slogan publicitario: “Nedoca, orgullo nacional”. Hoy hay que decirlo claramente. El verdadero orgullo nacional era José Ramón Hernández Lebrón. Con su muerte la Patria ha perdido uno de sus hijos más ejemplares, portento de honestidad sin límites. Hay que decirlo y repetirlo en tiempos de corrupción tan extendida y rampante.
Lo admirable de NEDOCA no fue sólo su calidad, su precio y la ambición de la accesibilidad a ella de todo dominicano hasta de los más débiles económicamente. Fue también la responsabilidad y pulcritud con que José Ramón manejó siempre su empresa. Hasta en el modo de liquidarla cuando llegó ese momento por desleales competencias. El último en ser tenido en cuenta en su liqidación fue él mismo.
Con José Ramón casi se extingue ya una casta. Esa casta de caballeros, de hidalgos, de hombres de palabra y correctos siempre, que se nos antoja patrimonio de otros tiempos. José Ramón era un símbolo viviente de lo mejor dominicano de un ayer que tristemente se nos ha ido ya.
José Ramón no supo en toda su vida de frivolidades. Ni en sus pensamientos ni en sus actitudes ni en sus acciones ni en sus reacciones, hasta ni en su porte. Me recordaba siempre a aquellos caballeros castellanos que pintó el Greco en su celebérrimo cuadro de la muerte del Conde de Orgaz.
El que no cultiva la frivolidad dispone de un valioso tiempo para empeños mejores. Ha sido el caso de José Ramón.
Metido en afanes propios (sus negocios, su hogar florecido con cinco encantadores y valiosos hijos) José Ramón sacó tiempo, una vez liquidada la tiranía, para contribuir eficazmente, como causa y apoyo necesario, al despegue y consolidación nacional. Tal vez muchos no lo sepan.
El fue origen y parte de la Patronal, precursora del Conep. El fue origen y parte de APEC. El fue parte, cuando esta Institución fue creada, de la Junta Monetaria del Banco Central y el fue origen y parte de la Asociación Popular de Ahorros y Préstamos a la que dedicó energías y entusiasmo decidido hasta su último momento.
Dije al principio que José Ramón me había resultado una caja de sorpresas. Una de esas sorpresas fue su veta literaria e histórica dominicana. En mis conversaciones con él, me quedé sorprendido una y otra vez que me recitase de memoria poesías insignes de los poetas de habla española, de los poetas de nuestra América Hispana y de España.
Regalo suyo en mi selectiva biblioteca guardo con mimo dos libros que él me regaló. Uno de ellos sobre Sor Juana Inés de la Cruz, mexicana, y otro sobre Fray Luis de León. Le encantaba también el tema histórico. Había leído mucho sobre nuestra Historia a partir, sobre todo, de la Independencia nacional.
Le gustó viajar, como un modo de descansar y de enriquecerse espiritualmente, y pudo hacerlo y fue de los pocos dispendios que se permitió porque, como la gente de ayer, a la que pertenecía, José Ramón era austero en su vida y ahorrador.
Familiar y amistosamente era de exquisita afabilidad y extremadamente cumplidor pero siempre comedido y correcto, sin perder por eso cierta espontaneidad encantadora. Su sonrisita de hombre bueno.
La mejor herencia que ha dejado a sus hijas e hijos, a sus nietos y nietas es su vida y ejemplo. A Ana María le ha dejado el alivio del gozo compartido de medio siglo de unión ininterrumpida, de sueños y dificultades sabiamente superadas. A sus amigos nos deja el beneficio y estímulo de su lealtad y generosidad. Y a toda la nación el viejo mensaje del Eclesiastés, libro sapiencial bíblico que proclama que “es mejor dificultad con integridad y tranquilidad de espíritu, que abundancia con desdoro, inequidad y desasosiego”.
La muerte, toda muerte, levanta estremecedores cuestionamientos que solo la fe logra levemente esclarecer. La fe es sutil bálsamo a la hora de despedir definitivamente de este mundo a los que queremos.
El ejército español da el último adiós a sus héroes caídos en cumplimiento de su deber, cantando vibrantemente este canción: “Cuando la pena nos alcanza/ por un hermano perdido;/ cuando el adiós dolorido/ busca en la fe su esperanza,/ en tu palabra confiamos/ con la certeza que tú/ ya le has devuelto la vida,/ ya lo has llevado a la luz./// Cuando, Señor, resucitaste/ todos vencimos contigo./ Nos regalaste la vida/ como en Betania al amigo/ Si caminamos a tu lado/ no va a faltarnos tu amor/ porque, muriendo, vivimos/ vida más clara y mejor//.

Jean Guitton nos habla de Jesucristo

PENSAMIENTO Y VIDA
Jean Guitton nos habla de Jesucristo
Francisco José Arnaiz S.J. - 2/21/2009



Lo dijimos en un artículo anterior. Jean Guitton, intelectual francés, escribió su libro “Mi pequeño catecismo”, siendo ya un octogenario. Curiosamente se lo dedicó a los niños. Quizás por aquello que advirtió Saint Exupery en “El principito” que los niños captan la realidad tal cual es por carecer de prejuicios. Los prejuicios distorsionan la percepción de la realidad en los adultos.
En el prólogo de su librito nos dice Jean Guitton: “Me sujeto a la regla de no decir nada que no esté al alcance del niño, pero tampoco de disminuir la integridad de la verdad religiosa; el catolicismo de ayer y de siempre”.
Emociona que el agudo conocedor e intérprete de Platón, Aristóteles, San Agustín, Althuser, Bergson, Pascal y Theilhard de Chardin, autor de obras como “Dios y la ciencia”, “La existencia temporal”, “Entrañas de Platón “, y “Aprender a vivir y a pensar”sea capaz de expresarse con tanta sencillez y tersura en su “Pequeño Catecismo”
De acuerdo con Jean Guitton, antes de hablar de Cristo hay que decir algo sobre Dios. Dios está escondido detrás de un gran misterio que podemos conocer a través de la revelación. Hace aproximadamente cuatro mil años Dios se reveló a un judío que se llamaba Abraham. Este nombre en hebreo quiere decir “padre de un gran pueblo”. Dios mostró a Abraham las estrellas y le dijo que tendría una posteridad tan numerosa como las estrellas. Abraham tuvo confianza en esta predicción. La posteridad de Abraham sería el pueblo judío.
Antes de Jesús, solamente este pueblo creía en un Dios único, en un Dios creador, en un Dios poderoso y bueno; en un Dios que había dado a los seres humano ciertos “mandamientos”. Estos mandamientos se llamaban la ley. Esta ley había sido revelada a un judío, llamado Moisés. Los diez mandamientos, que enumera, expresan lo que nos dice la conciencia: “Adora a Dios. No mates. No robes. Honra a tu padre y a tu madre” etc.
El pueblo judío esperaba la venida de un hombre extraordinario, que Dios suscitaría para darle la victoria sobre sus enemigos. Llamaba a este hombre Mesías. Ciertos judíos esperaban un caudillo. Otros por el contrario, más esclarecidos, pensaban que el Mesías sería un esclavo despreciado y quizás condenado a muerte.
Este Mesías apareció hace unos dos mil años. Conocemos su vida por cuatro libritos que los primeros cristianos guardaron como un tesoro y que han llegado hasta nosotros. Llamamos a estos libritos “evangelios, de un nombre griego que quiere decir “Buena Nueva”. Se cuenta en ellos que Jesús nació en un pueblecito cerca de la capital de su país (Jerusalén), donde sus padres estaban de paso. Este pueblo se llama Belén. Su padre y su madre no encontraron sitio en la posada. Jesús nació en una cueva. Su cuna fue el comedero de animales, un pesebre. Nació el 25 de diciembre: es la Navidad.
Vivió alrededor de treinta años en una aldea llamada Nazaret. Fue primero colegial y después carpintero como su Padre José. A los treinta años se fue de Nazaret para anunciar que él era el Mesías. Pero su reino no un reino terreno. Era un reino invisible al que llamaba el “Reino de Dios”.
Jesús escogió a doce amigos para continuar su obra. Se les llama “apóstoles”. Los sucesores de estos doce apóstoles se llaman obispos. El Jefe de los apóstoles se llamaba Pedro. Los sucesores de Pedro se llaman “Papas”. Probó que era un enviado de Dios por medio de actos extraordinarios, inexplicables para los sabios, y que son como signos de la presencia de Dios, de su poder y de su bondad: los milagros. Jesús convirtió el agua en vino, multiplicó los panes, curó a enfermos graves, resucitó a muertos. Pero, después de tres años, sus enemigos le hicieron morir clavándole las manos y los pies en una cruz.
Cuando hacemos la señal de la cruz, recordamos esta muerte de Jesús, Jesús tenía entonces treinta y tres años. Era alrededor de las tres de la tarde un viernes. Pero el domingo por la mañana, al amanecer, la tumba en donde habían colocado su cuerpo, fue encontrada vacía. Jesús se apareció vivo a los apóstoles. Les habló y les dio la orden de darlo a conocer a todos los pueblos. Entonces, después de cuarenta días, subió al cielo después de haber dicho: “Yo estaré con Ustedes todos los días hasta el final de los tiempos”.
Leyendo y releyendo los evangelios, se ve quién era Jesús. Jesús era muy sencillo, muy afectuoso y al mismo tiempo muy misterioso. Hablaba sin cesar de su Padre que está en los cielos, diciendo que él era “el hijo único de este Padre. Jesús vivía como un proscrito. No tenía ni una piedra donde reclinar su cabeza. Acogía a todo el mundo.
Vivió poco tiempo en un país muy pequeño pero hablaba para todos los pueblos y para todos los tiempos, como si estuviera presente en todas las épocas de la historia. Su personalidad más secreta estaba en el lazo que le unía con su Padre. Decía “nadie conoce al Hijo sino su Padre; y nadie conoce al sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo”.
Jesús murió hace dos mil años y pico. De todos los muertos, es el que está más vivo y el más amado. Durante veinte siglos millares de hombres, de mujeres, de jóvenes y de niños han vivido y muerto por él. ¿Por qué?. Porque entre todos los seres humanos, cuya historia conocemos, ninguna es más entrañable. Y la felicidad más de la vida es amarle.
Algunos, que presumen de doctos, aseguran que los milagros que nos cuentan los evangelios, son fábulas. La ciencia ñdicen- enseña que es imposible que un muerto vuelva a la vida. Estos doctos desconocen el poder de Dios que hizo el mundo de la nada. Dios ha querido que el mundo esté en orden, que tenga leyes, que el sol salga todos los días, que los seres humanos nazcan y mueran. Estas son las leyes de la naturaleza que estudian los sabios. Pero Dios es libre de hacer una excepción a estas leyes para revelarnos su existencia y su amor.
Dios se ha mostrado en la persona de Jesús, mucho más de lo que se muestra en la naturaleza e incluso en la Historia.
Algunos niegan también que Jesús se apareciese después de muerto. Interpretan que fue soñando. En sueños uno frecuentemente ve a familiares o gente conocida y no dice después que esos familiares o gente conocida se le ha aparecido. Evidentemente que los apóstoles soñaban como todos nosotros. Si Jesús, sin embargo, se les hubiera aparecido solamente en sueños, no hubieran tenido el valor de anunciarlo a toda la tierra ni se hubieran arriesgado a morir por ello. Y los apóstoles pregonaron que Jesús, después de muerto, les había hablado y todos murieron en medio de grandes sufrimientos por testimoniarlo. Y esto sucedió así porque los apóstoles vivieron con Jesús vivo después de su muerte bien comprobada. Entonces comprendieron que Jesús, como Dios, era el dueño de la vida y de la muerte y tuvieron la valentía de hablar de él.
Alguno pudiera preguntar: “Ya que Jesús vivió después de muerto, ¿murió, por lo tanto, segunda vez?. No, no murió segunda vez, porque cuando se apareció a sus apóstoles, después de su muerte, no era ya parecido a nosotros. No tenía necesidad de comer. Pasaba a través de las paredes. Podía estar en varios sitios a la vez. Su cuerpo era un cuerpo divinizado, un cuerpo que no sufría, que ya no podía morir. Llamamos a esto un cuerpo glorioso.
Los que oyen esto por primera vez suelen decir que por qué todas estas cosas no las conoce todo el mundo. Semejante pregunta se la hacían ya los amigos de Jesús cuando le decían: “¿Pero por qué no haces más milagros para manifestarte a toda la tierra?”. Jesús se muestra a todos los seres humanos pero les deja libres para acogerlo o rechazarlo, para conocerlo o ignorarlo. Es una suerte saber que Jesús existe; que es mi amigo; que lo puedo encontrar todos los días para ayudarme. Y éste es el motivo de que conocer todo esto sea importante para nuestra felicidad.

Sobre nuestro Autor

Mons. Fco. José Arnáiz, S.J.

Nacido en Bilbao en 1925 y jesuita desde 1941, con unos cuantos años en Cuba, llega a la República Dominicana en 1961. Trabaja apostólicamente con sindicalistas, empresarios, campesinos y universitarios hasta 1964. De 1964 a 1975 es Rector y profesor del Seminario Mayor Pontificio de Santo Tomás. En 1975 asume el cargo de Secretario General de la Conferencia del Episcopado Dominicano. El 6 de enero de 1989 es ordenado Obispo Titular de Leges y Auxiliar del Arzobispo de Santo Domingo. Desde 1966 mantiene en el Listín del sábado una columna de "Pensamiento y Vida". Es autor de numerosos libros.Mons. Adames, que lo conoce desde 1946, al hacerse pública su elección como Obispo, después de ponderar en el Semanario Camino su trayectoria como Rector, Profesor y Secretario General de la Conferencia del Episcopado Dominicano, comentó: "Y por encima de todo, dominicano. Entrañable y pasionalmente identificado con este pueblo. Con una gran comprensión de la historia pasada, del presente, y del destino de los dominicanos... como muy pocos. Preocupado y activo en momentos decisivos para este pueblo... como también muy pocos. Ser, sentir y pensar en clave dominicano es para el P. Arnáiz una necesidad y, más que esto, una querencia".

Sobre nuestro Autor

Mons. Fco. José Arnáiz, S.J.

Nacido en Bilbao en 1925 y jesuita desde 1941, con unos cuantos años en Cuba, llega a la República Dominicana en 1961. Trabaja apostólicamente con sindicalistas, empresarios, campesinos y universitarios hasta 1964. De 1964 a 1975 es Rector y profesor del Seminario Mayor Pontificio de Santo Tomás. En 1975 asume el cargo de Secretario General de la Conferencia del Episcopado Dominicano. El 6 de enero de 1989 es ordenado Obispo Titular de Leges y Auxiliar del Arzobispo de Santo Domingo. Desde 1966 mantiene en el Listín del sábado una columna de "Pensamiento y Vida". Es autor de numerosos libros.Mons. Adames, que lo conoce desde 1946, al hacerse pública su elección como Obispo, después de ponderar en el Semanario Camino su trayectoria como Rector, Profesor y Secretario General de la Conferencia del Episcopado Dominicano, comentó: "Y por encima de todo, dominicano. Entrañable y pasionalmente identificado con este pueblo. Con una gran comprensión de la historia pasada, del presente, y del destino de los dominicanos... como muy pocos. Preocupado y activo en momentos decisivos para este pueblo... como también muy pocos. Ser, sentir y pensar en clave dominicano es para el P. Arnáiz una necesidad y, más que esto, una querencia".