miércoles, 11 de marzo de 2009

Los discipulos de Emaus

Los discipulos de Emaus
Fco. Jose Arnaiz, S.J.

El relato lucano sobre los discípulos de Emaús tiene una lectura sencilla y directa muy iluminadora sobre la resurrección de Cristo pero también una lectura profunda, teológica, más complicada, que encierra la verdadera enseñanza que pretende realmente ofrecer el autor. Es la que vamos a hacer. Lucas lo que pretende ofrecer es una reflexión crítica sobre la fe cristiana.
El que no recuerde el relato en todos sus detalles, que lo vuelva a leer pausadamente. Está en el evangelio de San Lucas, en el capítulo 24. Es un pasaje delicioso, finamente escrito.
Todos los relatos del evangelio de San Lucas son didácticos. Lo dice expresamente en el prólogo. Quiere dar firmeza a las enseñanzas recibidas, es decir impartidas y aceptadas por los fieles de su comunidad cristiana.
A través de hechos vitales lo que él busca es enseñar, esclarecer y robustecer la Fe. Y providencialmente para nosotros, lo que él se propone es definir con precisión el fundamento radical y el sentido verdadero de nuestra fe. ¿Qué es y qué implica realmente la fe cristiana?.
La crítica histórico-literaria ha descubierto la complejidad del pasaje. Existe una narración previa que Lucas asume, retoca y completa con otras narraciones más antiguas. Marchaban de Jerusalén los dos personajes de nuestro relato decepcionados y tristes, porque el Maestro había muerto. “Hablaban y se hacían preguntas”.
El conocimiento de las escrituras, la convivencia con Jesús y el haber oído sus enseñanzas en nada les había servido para comprender la muerte en cruz del Maestro. Su fe en el Jesús de la vida pública se les evaporó en el Gólgota y se había tornado mero recuerdo histórico de un “profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo” (Lc 24, 19). Desconocer o rechazar el misterio de la cruz es ignorar el misterio de la Redención universal de Cristo, que presupone el misterio de la iniquidad humana y el misterio de la bondad y misericordia infinita de Dios. No hay, pues, genuina fe cristiana sino pasa por la aceptación de la incomprensible cruz. Pero la fe en el crucificado no basta. La base de la fe cristiana es Jesús crucificado y resucitado; es Jesús vivo para siempre con un cuerpo trasfigurado, libre ya de los límites de la existencia histórica, esclarecimiento, argumento y preludio de lo que nos espera en virtud de su crucifixión y resurrección.
Y esto fue precisamente lo que Jesús resucitado, al aparecérsele en el camino, les fue explicando a los discípulos de Emaús “empezando por Moisés y los profetas” e “interpretándoles todo lo que sobre él se decía en las Escrituras” (versículo 27).
La aceptación y confesión de la resurrección, según San Lucas, es tan fundamental para la fe cristiana que, descartada ella, la figura de Cristo se desdiviniza y la fe se volatiza irremisiblemente.
No basta, sin embargo, creer en Cristo vivo y glorioso. Es necesario creer en una nueva presencia y actuación suya entre nosotros. Una presencia múltiple y real.
Lucas explica esto. De acuerdo a él, Jesús vivo y glorioso está presente, en primer lugar, donde se piensa o se discute sobre el significado de su vida, muerte y resurrección. Y esto aunque la discusión esté dominada por la duda, la incredulidad o la decepción.
“Aquel mismo día ñescribe Lucas- dos de los discípulos se dirigían a una aldea distante de Jerusalén unos once kilómetros. Iban conversando de todos esos sucesos, y, mientras hablaban y se hacían preguntas, Jesús mismo se acercó y se puso a caminar con ellos, pero sus ojos estaban impedidos para reconocerle” (vv 13-15). El planteamiento es diáfano como lo es también que se hace presente para dialogar y esclarecer.
“Él les dijo; ¿Qué conversación es la que llevan por el camino? Y se detuvieron entristecidos. Uno de ellos, llamado Cleofás, respondió: ¿eres tú el único en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días allí?. “¿Qué? Les dijo. Y ellos le contestaron: lo de Jesús, el de Nazaret, hombre que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes lo entregaron para ser condenado a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él quien libraría a Israel, pero después de todas estas cosas, éste es el tercer día desde que ellas sucedieron”
Es manifiesta en el relato lucano la yuxtaposición de dos narraciones o tradiciones distintas. La primera respecto a la tumba vacía. Lucas con ello nos quiere decir que el cristiano no debe buscar a Cristo entre los muertos, en el cementerio de los ayer vivos que es la historia, sino entre los vivos y presentes de nuevo, aunque en forma distinta, que es donde se encuentra definitivamente.
Cristo se hace presente también de modo singular en su palabra divina, en la interpretación del Antiguo Testamento, preparación del Nuevo, y en éste, “palabra de Dios hecha carne”. Se expresa así el texto lucano: “Entonces él les dijo: ¡oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No es verdad que era necesario que Cristo padeciese estas cosas y así entrara en su gloria? Y empezando por Moisés y por todos los profetas les explicó lo que sobre él hay en todas las Escrituras” (vv 25-27). Jesús resucitado y vivo está presente en el acontecer del lenguaje inspirado, cuestionando y enseñando a través de su comunicación vital.
¡ Qué pena que la tradición no nos haya conservado la lección sagrada de exégesis bÍblica ofrecida a la pareja de Emaús!. A los doce años, cuando se quedó en el Templo con los Doctores de la ley, Lucas advierte que “todos los que le oían estaban sorprendidos de su inteligencia y de sus respuestas” (Lc 2, 47).
Los mismos discípulos de Emaús dirían un poco más tarde, al desaparecer de su vista el resucitado y vivo: ¿No es verdad que dentro de nosotros ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino, cuando nos explicaba las Escrituras? (v. 21). Jesús resucitado y vivo se ha presente también, según San Lucas, de modo muy singular en el “compartir el pan”, es decir en toda forma de confraternidad humana. Sentarse varios a la mesa invitando a un extraño era en el mundo antiguo una forma paradigmática y simbólica de definir la fraternidad humana. Es importante el dato del extranjero, del desconocido invitado, queriendo subrayar de este modo, que la fraternidad humana, en sentido amplio y real, rebasa los vínculos obvios de sangre, amistad y vecindad.
A la luz de este simbolismo resultan muy significativas las comidas del Jesús terreno con publicano y con pecadores (Cfr Mt 9, 11; 11, 19; Lc 5, 2; 19, 1ss).
En tiempos de tanta insolidaridad y de exclusión social de tantos seres humanos del banquete pleno de la vida nos debe hacer pensar mucho que Lucas, al llegar a este momento, nos diga que Cristo resucitado y vivo no sólo se hizo presente y activo sino que se hizo recognoscible y reconocido en el compartir los bienes propios con los demás, con el prójimo.
Lucas escribe: “Y se acercaron a la aldea donde se dirigían. Él hizo como que iba muy lejos. Ellos entonces le forzaron diciendo: quédate con nosotros, porque es tarde y el día ha declinado ya. Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo y se lo dio. Entonces se abrieron sus ojos y lo reconocieron, pero él se desapareció de su vista” (vv 28-31). Como en todas las comunidades cristianas primitivas, el principal encuentro de la, que presidía Lucas en nombre del Señor, era el de la “Fracción del pan”, el de la Eucaristía, de acuerdo al mandato del Maestro la noche de su institución: “hagan esto en conmemoración mía”. Es otra manera, muy especial, que nos subraya Lucas, de hacerse el Cristo resucitado y glorioso presente y activo entre nosotros. Lucas para expresarlo en su relato pone a Jesucristo presidiendo la mesa y emplea las palabras de la oración eucarística:”tomó pan en sus manos, lo bendijo y se lo dio”. Sacrosantas palabras que se repiten hasta el día de hoy en el momento de la consagración de la misa.
Está cargado de sentido real que al llegar a esta parte diga Lucas que precisamente fue cuando “se les abrieron los ojos y lo reconocieron.(v 31) Será la gran experiencia que contarán gozosos a los apóstoles en Jerusalén. “Se levantaron entonces volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a sus compañeros que decían: el Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaban lo del camino y cómo lo reconocieron en la fracción del pan”.
Es un modo eminente, el de la Eucaristía, de hacerse presente de nuevo el Cristo vivo y glorioso entre nosotros y de encontrarnos nosotros con él.
Este artículo apareció originalmente en la edición del 21 de abril del 2007 del Listin Diario. Fue escrito por Francisco José Arnaiz S.J.

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