miércoles, 11 de marzo de 2009

Jean Guitton nos habla de Jesucristo

PENSAMIENTO Y VIDA
Jean Guitton nos habla de Jesucristo
Francisco José Arnaiz S.J. - 2/21/2009



Lo dijimos en un artículo anterior. Jean Guitton, intelectual francés, escribió su libro “Mi pequeño catecismo”, siendo ya un octogenario. Curiosamente se lo dedicó a los niños. Quizás por aquello que advirtió Saint Exupery en “El principito” que los niños captan la realidad tal cual es por carecer de prejuicios. Los prejuicios distorsionan la percepción de la realidad en los adultos.
En el prólogo de su librito nos dice Jean Guitton: “Me sujeto a la regla de no decir nada que no esté al alcance del niño, pero tampoco de disminuir la integridad de la verdad religiosa; el catolicismo de ayer y de siempre”.
Emociona que el agudo conocedor e intérprete de Platón, Aristóteles, San Agustín, Althuser, Bergson, Pascal y Theilhard de Chardin, autor de obras como “Dios y la ciencia”, “La existencia temporal”, “Entrañas de Platón “, y “Aprender a vivir y a pensar”sea capaz de expresarse con tanta sencillez y tersura en su “Pequeño Catecismo”
De acuerdo con Jean Guitton, antes de hablar de Cristo hay que decir algo sobre Dios. Dios está escondido detrás de un gran misterio que podemos conocer a través de la revelación. Hace aproximadamente cuatro mil años Dios se reveló a un judío que se llamaba Abraham. Este nombre en hebreo quiere decir “padre de un gran pueblo”. Dios mostró a Abraham las estrellas y le dijo que tendría una posteridad tan numerosa como las estrellas. Abraham tuvo confianza en esta predicción. La posteridad de Abraham sería el pueblo judío.
Antes de Jesús, solamente este pueblo creía en un Dios único, en un Dios creador, en un Dios poderoso y bueno; en un Dios que había dado a los seres humano ciertos “mandamientos”. Estos mandamientos se llamaban la ley. Esta ley había sido revelada a un judío, llamado Moisés. Los diez mandamientos, que enumera, expresan lo que nos dice la conciencia: “Adora a Dios. No mates. No robes. Honra a tu padre y a tu madre” etc.
El pueblo judío esperaba la venida de un hombre extraordinario, que Dios suscitaría para darle la victoria sobre sus enemigos. Llamaba a este hombre Mesías. Ciertos judíos esperaban un caudillo. Otros por el contrario, más esclarecidos, pensaban que el Mesías sería un esclavo despreciado y quizás condenado a muerte.
Este Mesías apareció hace unos dos mil años. Conocemos su vida por cuatro libritos que los primeros cristianos guardaron como un tesoro y que han llegado hasta nosotros. Llamamos a estos libritos “evangelios, de un nombre griego que quiere decir “Buena Nueva”. Se cuenta en ellos que Jesús nació en un pueblecito cerca de la capital de su país (Jerusalén), donde sus padres estaban de paso. Este pueblo se llama Belén. Su padre y su madre no encontraron sitio en la posada. Jesús nació en una cueva. Su cuna fue el comedero de animales, un pesebre. Nació el 25 de diciembre: es la Navidad.
Vivió alrededor de treinta años en una aldea llamada Nazaret. Fue primero colegial y después carpintero como su Padre José. A los treinta años se fue de Nazaret para anunciar que él era el Mesías. Pero su reino no un reino terreno. Era un reino invisible al que llamaba el “Reino de Dios”.
Jesús escogió a doce amigos para continuar su obra. Se les llama “apóstoles”. Los sucesores de estos doce apóstoles se llaman obispos. El Jefe de los apóstoles se llamaba Pedro. Los sucesores de Pedro se llaman “Papas”. Probó que era un enviado de Dios por medio de actos extraordinarios, inexplicables para los sabios, y que son como signos de la presencia de Dios, de su poder y de su bondad: los milagros. Jesús convirtió el agua en vino, multiplicó los panes, curó a enfermos graves, resucitó a muertos. Pero, después de tres años, sus enemigos le hicieron morir clavándole las manos y los pies en una cruz.
Cuando hacemos la señal de la cruz, recordamos esta muerte de Jesús, Jesús tenía entonces treinta y tres años. Era alrededor de las tres de la tarde un viernes. Pero el domingo por la mañana, al amanecer, la tumba en donde habían colocado su cuerpo, fue encontrada vacía. Jesús se apareció vivo a los apóstoles. Les habló y les dio la orden de darlo a conocer a todos los pueblos. Entonces, después de cuarenta días, subió al cielo después de haber dicho: “Yo estaré con Ustedes todos los días hasta el final de los tiempos”.
Leyendo y releyendo los evangelios, se ve quién era Jesús. Jesús era muy sencillo, muy afectuoso y al mismo tiempo muy misterioso. Hablaba sin cesar de su Padre que está en los cielos, diciendo que él era “el hijo único de este Padre. Jesús vivía como un proscrito. No tenía ni una piedra donde reclinar su cabeza. Acogía a todo el mundo.
Vivió poco tiempo en un país muy pequeño pero hablaba para todos los pueblos y para todos los tiempos, como si estuviera presente en todas las épocas de la historia. Su personalidad más secreta estaba en el lazo que le unía con su Padre. Decía “nadie conoce al Hijo sino su Padre; y nadie conoce al sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo”.
Jesús murió hace dos mil años y pico. De todos los muertos, es el que está más vivo y el más amado. Durante veinte siglos millares de hombres, de mujeres, de jóvenes y de niños han vivido y muerto por él. ¿Por qué?. Porque entre todos los seres humanos, cuya historia conocemos, ninguna es más entrañable. Y la felicidad más de la vida es amarle.
Algunos, que presumen de doctos, aseguran que los milagros que nos cuentan los evangelios, son fábulas. La ciencia ñdicen- enseña que es imposible que un muerto vuelva a la vida. Estos doctos desconocen el poder de Dios que hizo el mundo de la nada. Dios ha querido que el mundo esté en orden, que tenga leyes, que el sol salga todos los días, que los seres humanos nazcan y mueran. Estas son las leyes de la naturaleza que estudian los sabios. Pero Dios es libre de hacer una excepción a estas leyes para revelarnos su existencia y su amor.
Dios se ha mostrado en la persona de Jesús, mucho más de lo que se muestra en la naturaleza e incluso en la Historia.
Algunos niegan también que Jesús se apareciese después de muerto. Interpretan que fue soñando. En sueños uno frecuentemente ve a familiares o gente conocida y no dice después que esos familiares o gente conocida se le ha aparecido. Evidentemente que los apóstoles soñaban como todos nosotros. Si Jesús, sin embargo, se les hubiera aparecido solamente en sueños, no hubieran tenido el valor de anunciarlo a toda la tierra ni se hubieran arriesgado a morir por ello. Y los apóstoles pregonaron que Jesús, después de muerto, les había hablado y todos murieron en medio de grandes sufrimientos por testimoniarlo. Y esto sucedió así porque los apóstoles vivieron con Jesús vivo después de su muerte bien comprobada. Entonces comprendieron que Jesús, como Dios, era el dueño de la vida y de la muerte y tuvieron la valentía de hablar de él.
Alguno pudiera preguntar: “Ya que Jesús vivió después de muerto, ¿murió, por lo tanto, segunda vez?. No, no murió segunda vez, porque cuando se apareció a sus apóstoles, después de su muerte, no era ya parecido a nosotros. No tenía necesidad de comer. Pasaba a través de las paredes. Podía estar en varios sitios a la vez. Su cuerpo era un cuerpo divinizado, un cuerpo que no sufría, que ya no podía morir. Llamamos a esto un cuerpo glorioso.
Los que oyen esto por primera vez suelen decir que por qué todas estas cosas no las conoce todo el mundo. Semejante pregunta se la hacían ya los amigos de Jesús cuando le decían: “¿Pero por qué no haces más milagros para manifestarte a toda la tierra?”. Jesús se muestra a todos los seres humanos pero les deja libres para acogerlo o rechazarlo, para conocerlo o ignorarlo. Es una suerte saber que Jesús existe; que es mi amigo; que lo puedo encontrar todos los días para ayudarme. Y éste es el motivo de que conocer todo esto sea importante para nuestra felicidad.

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